«…Desde sus primeras obras, que datan de 1935 (véase que no tuvo prisa por exponer) se advierte que Batlle Planas vuelve la espalda a lo real. Realiza proyectos decorativos, dibujos y pinturas resueltamente no figurativos, en dos y tres dimensiones. Quizá no pueda hablarse aún de arte superrealista: el buceo de la subconsciencia aun no ha comenzado. Pero ya estamos en terreno distanciado de la intuición y el racionalismo. El campo se prepara para la simiente de la liberación por el instinto”…
«…En cualquiera de sus facetas las Radiografías en negro y en color (1936), los dibujos lineales, tan llenos de sugestión (1937), las composiciones al temple, pequeñas o grandes, de colorido tan vivo y armonioso (1938-1939), la serie del Tibet y el Lama, con sus siluetas tan humanas a pesar de la aparente irrealidad, los exquisitos óleos grises en que se evoca al superhombre Gaudí, a los apóstoles peregrinos entre extrañas piedras alzadas (1942), o las composiciones automáticas más recientes, las del ciclo de los Mecanismos del número (1945), los profetas barbudos, cuyas inspiradas efigies nos traen el impreciso recuerdo de Theotocopuli (1946 1947), las poéticas imágenes de las adolescentes contemplando la luna (1947), las legendarias figuras femeninas revestidas de adornos vegetales que engendran en ellas extrañas metamorfosis (1947) o las azoradas y enigmáticas Vendedoras de vidrios (1948 ) por todas partes encontramos la finura, la gracia, el gusto, la armonía cromática, la equilibrada plenitud de las composiciones, la correcta técnica sin alardes, la ausencia de pequeñez en el concepto y el tratamiento, que configuran las auténticas realizaciones de la buena pintura.
Producto, invariablemente, de la introspección, cada cuadro de Batlle Planas tiene su significación subjetiva, impenetrable, que pertenece al fuero íntimo del autor. Pero también posee un sentido más general, y éste es accesible al espectador, por cuanto muchos de los problemas que el artista vuelca en su lienzo, por individuales que sean, son también problemas humanos, compartidos por más de uno de los que examinan sus obras. Puede diferir, sin duda, ligera o considerablemente, la interpretación del público y la del pintor: todas las creaciones de tipo imaginativo como las de Batlle Planas, ofrecen gran latitud interpretativa: lo mismo ocurre con la música y la poesía, que en cada individuo hacen resonar ecos distintos. Empero, la divagación en torno de una pintura superrealista de esta categoría no es indefinida ni ilimitada: Batlle Planas dirige y encauza en precisos, aunque amplios, límites nuestra emoción y nuestro pensamiento. Su "irracionalidad frenada" (de él es la expresión), referida a la base automática de todas sus producciones, aun las más acordes con aspectos reales comunica con extraordinaria potencia hondas sugestiones: libertad, soledad, desamparo en los espacios infinitos del cielo y de la tierra; solemne eternidad de las cosas; vértigo cósmico; misterio de los abismos insondables; periplos inquietantes por laberínticos archipiélagos; sorpresa del descubrimiento en la búsqueda azarosa; aplastante pequeñez del hombre perdido en la inmensidad del universo; perplejidad del sabio ante el enigma; arrobamiento de la niña ante la fascinación lunar; dolor del Santo ante la miseria humana; exaltación dramática del evangelizador y el profeta; angustia del individuo que simula y se disfraza; patético fracaso del amor que no realiza la soñada fusión e integración de los amantes...
Así, con su mística no de otro modo puede llamársela y esa poética tan elocuente que ha alcanzado al cultivar lo fantástico de su subconsciencia, de las imágenes extrañas e incongruentes que brotan de su instinto en forma metafórica, Juan Batlle Planas ha hecho de su pintura esa "física de la poesía" de que nos habla Paul Éluard. Como lo quiso Breton, "reduce las antiguas condiciones contradictorias del sueño y la realidad a una realidad absoluta a una superrealidad" y llega "al corazón del asunto, al corazón de los grandes árboles de la selva de lo maravilloso».