«Batlle, fue en su momento, quien concitó con más fuerza entre nosotros el espíritu surrealista. Sin considerarme nunca obligado a una ortodoxia, he amado siempre cuánto el surrealismo puede alentar de liberación espiritual y de incitante de todos los poderes de la imaginación. El encuentro con la pintura de Batlle, me dio una visión de nuestra actitud. Una visión inédita, profunda y que ponía de manifiesto la energía del pensamiento surrealista».
«Batlle era un hombre dramático, magnético. De alguna manera su presencia era siempre inquietante, azuzaba. Cada vez que nos encontrábamos él me miraba fijamente y me preguntaba “¿Cómo están tus sentimientos de culpa?” Me aterrorizaba. Cuando me despedía, quedaba descubriendo en mis culpas y culpas que luego me producían angustia, hasta que lograba abominar de esa especie de cepo de remordimientos en que uno termina por dejarse atrapar en cuanto se descuida».