Originada por el hacedor de vértigos,
inscrita en los muros de la casa negra,
una palabra inmola
a la de ojos feroces.
En amoroso silencio ella entona
la canción para el yacente.
Todo el día llora por mí el invisible de siete rostros.
El inocente en su espacio de suplicios.
El nacido de su irse.
Toda la noche sueña en mí el yacente.
Violentamente inmóvil sonríe el bienamado.
Elegías a mi mal son sus fúnebres sueños.
Una textura de luz en la que la mano se hundiría
como en la blanda tierra que te cubre, padre mío
de ojos azules recién llegado a tu nuevo lugar callado.